LA COSA ESTÁ MUY NEGRA

Buscar la parte buena.

Hace algunos años, un amigo mío sufrió un accidente de tráfico. Durante el tiempo que estuvo hospitalizado y asistiendo al servicio de rehabilitación, la única idea que le acompañaba día y noche, era volver cuanto antes a la normalidad, a llevar una “vida normal”. Me imagino que con esto se refería a poder disfrutar de la vida que tenía antes del fatídico accidente.

Pero con el paso del tiempo, y aunque su mejoría fue notable, comprendió que aquella forma de vivir, nunca la recobraría ya que en su historia habían surgido nuevas realidades: la cicatriz de su pierna, esa leve cojera al andar, una cierta inseguridad a la hora de decidir algo y cada vez que cogía el coche, el miedo a sufrir un nuevo accidente. Todo esto, además de otra serie de taras que le

provocaron aquel siniestro, hizo que mi amigo se diera cuenta de que su vida anterior no iba a volver y que su meta personal para el futuro tenía que cambiar. Debía aceptar ese acontecimiento que había cambiado su vida y pensar en cómo alcanzar la felicidad con su nueva situación.

De alguna forma, nuestra sociedad, con esta pandemia del covid-19, está padeciendo el mismo síndrome que sufrió mi querido amigo con su accidente.

Todos pensamos que vivimos en una sociedad desarrollada y moderna, pero algunas ideologías, movimientos y sentimientos comunes me hacen pensar que todavía no hemos perdido aquella característica primitiva de seguir acercando la mano a la hoguera hasta sentir que su fuego nos quema, y solo entonces retirarla.

Después de invernar en nuestras casas durante meses, sin apenas poder salir, a lo que se le puso el nombre de “confinamiento”, enseguida quisimos recuperar nuestra “vida anterior”. Durante una primera etapa de relajación de las medidas de seguridad, la parte más primaria y básica de la sociedad quiso apurarlas al máximo, buscando la vuelta a esa normalidad que nos había dado la espalda durante tanto tiempo. Lo único que conseguimos con todo ello fue que las incontroladas olas, del inmenso océano de esta pandemia, golpearan una y otra vez las vidas de los habitantes de nuestro planeta. Mientras tanto el registro de muertos y contagios iba creciendo hasta cifras que parecían de ciencia y ficción. Al principio, la recepción de esos datos impresionó y estremeció a esta sociedad visceral y egoísta porque todos teníamos una relación más o menos personal y cercana con los grandes damnificados de esta terrible pandemia. Pero con el paso del tiempo y la disminución paulatina de los marcadores covid, la humanidad y especialmente los países más desarrollados, apoyándose en una vacunación codiciosa y egoísta han puesto todo su empeño en buscar esa “vuelta a la normalidad”.

Como mi querido amigo, esta bendita sociedad utiliza lo que haga falta para volver a la vida que teníamos hace dos años, y para eso todo vale: la vuelta del turismo, la Eurocopa, las Olimpiadas o pensar ya, en dejar a un lado la mascarilla, compañera de tanto tiempo que hemos hecho parte de nosotros, personalizándola con todo tipo de materiales y diseños.

Espero que, como hizo mi amigo, esta moderna sociedad comience a asimilar que nunca volveremos a la antigua normalidad.

Que este virus, que todavía se encuentra entre nosotros, nos ha marcado tanto interior como exteriormente y que dejando a un lado ese aspecto primitivo y pueril que nos hace añorar tiempos pasados, seamos capaces de regenerar y recrear una nueva sociedad de seres humanos que hayan sido capaces de aprender de lo sufrido, y por primera vez globalizar, ahora si de verdad, el futuro de este planeta. Para ello, tendremos que ir cambiando el “tener” por “compartir”, el “destruir” por “crear” y el “odiar” por “amar”. Un planeta tierra que no ha dejado de darnos pistas de que no íbamos por el buen camino y de que la devastación y la desigualdad eran los compañeros de viaje hacia un final cada vez más cercano.

La Eurocopa y las Olimpiadas terminarán, el verano llegará a su fin y posiblemente seamos capaces de controlar definitivamente el covid-19, pero lo realmente importante es saber que habremos sacado de todo esto cada uno de nosotros, personalmente y como sociedad global.

Tal vez esta pandemia haya sido un paréntesis en nuestra existencia, una parada en la vorágine del día a día para pensar y recapacitar en lo que estamos haciendo con nuestra vida y descubrir lo que podemos mejorar y lo que podemos aportar cada uno de nosotros en nuestra familia, en nuestro trabajo o en el mundo para ayudar en el desarrollo y la renovación del planeta tierra. Pero, también es posible que el virus del covid-19 haya supuesto tan solo una nueva prueba que el ser humano, en su deseo de creerse dios, ha superado gracias a su poder científico y económico, a pesar del alto precio que hemos pagado. Dejando para la posteridad un mundo más diezmado, desigual y egoísta que el de antes de la pandemia.

Mi amigo aprendió a vivir y desarrollarse en su nueva realidad, espero que también, nuestra sociedad sea capaz de aprender de los signos de los tiempos para intentar crear un mundo mejor.