LA COSA ESTÁ MUY NEGRA

Verano sangriento de 1936. La hecatombe religiosa en la Cataluña de Companys

En estos tiempos donde los que no vivieron la terrible Guerra Civil siguen empeñados en resucitar el siniestro guerracivilismo con la inquisitorial “Memoria Histórica” (que ahora quieren llamar ley de memoria democrática ) bajo cuyo disfraz se intenta falsificar y ocultar determinados hechos históricos, mientras se dedican a mirar lo sucedido con un solo ojo; con el que izquierdistas, separatistas y presuntos progresistas, pretenden reescribir la historia, dando como ganadores a los que perdieron la guerra, negando desde su guerracivilismo la realidad histórica e imponiendo un determinado relato marcado por el sectarismo y la dialéctica maniquea del blanco o negro, donde desde su presunta superioridad moral e intelectual, los republicanos del Frente Popular serían según ellos “los buenos” y los franquistas “los malos, muy malos”, Para imponer así una determinada ideología.

Con un gobierno que quiere, con el apoyo de los nacionalistas, tipificar como delito la apología del franquismo – espero que este artículo no esté dentro de esta categoría-; quiero dedicar estas líneas a rescatar del olvido una parte de la atroz represión producida en la retaguardia de Cataluña durante la Guerra Civil, que causó la muerte de cerca de 9.000 catalanes. Y concretamente me voy a referir, en esta ocasión, a la terrible persecución religiosa desatada en la Cataluña presidida por Lluís Companys. Dedicaré una especial atención al asesinato del obispo auxiliar de Tarragona, D. Manuel Borràs i Ferré y las circunstancias que lo rodearon, donde aparece también el cardenal Vidal i Barraquer (desde hace décadas tan homenajeado por el nacionalismo) y la intervención directa de Lluís Companys en el caso.

Hay que decir que la IIª República fue un régimen claramente antireligioso, ya entre mayo de 1931 y octubre de 1934 se produce una gran violencia anticlerical, quema de conventos, disolución de la Compañía de Jesús, asesinato de 33 religiosos en Asturias (1934)…

Y, sobre todo, desde amplios sectores de la izquierda se pone en marcha una intensa campaña de odio contra la Iglesia a la que se presenta como símbolo de la opresión del pueblo. Como cabía esperar, el resultado de toda esa propaganda política y de la entrega de armas a las masas en julio de 1936 fue el estallido de una persecución contra la Iglesia Católica que tomó proporciones gigantescas.

En esa persecución caerían unos 7.000 religiosos incluyendo 13 obispos y más de 3.000 laicos por el mero hecho de ser católicos. La persecución fue especialmente encarnizada en Cataluña donde, víctimas de una política de exterminio sistemático, fueron asesinados 4 obispos y 2.437 religiosos y más de 6.000 edificios religiosos fueron destruidos o saqueados, convirtiéndose muchos de estos en almacenes, garajes o en sedes de las organizaciones del Front Popular.

Sólo en la Archidiócesis de Lérida fueron asesinados 270 clérigos y un obispo (un 65% del total) y en la de Tortosa 316 religiosos (el 62%), los dos porcentajes más altos de toda España, después de la de Barbastro. En La Archidiócesis de Tarragona fueron 131 los religiosos asesinados (el 32,4%) y en el resto de Archidiócesis de Cataluña se acercó al 30%. La provincia eclesiástica de Tarragona fue la más castigada por la persecución religiosa, junto con la de Valencia.

La Vanguardia (2/08/36) publicaba unas declaraciones de Andreu Nin (máximo líder del POUM y Conseller de Justicia de la Generalitat) en las que decía: “La clase obrera ha resuelto el problema de la Iglesia, sencillamente no ha dejado en pie ni una (…)”. Y Joan García Oliver (líder de la CNT-FAI en Cataluña que llegó a ser ministro de la República con Largo Caballero) en Radio Barcelona arengaba a las masas diciendo: “¡Matad, destruid, incendiad! (…) ¡Hay que destruir la Iglesia!”.

Lo mismo se repetía constantemente desde la prensa anarquista, en Solidaridad Obrera (órgano de la CNT), el 15-8-1936 se dice: “ Los templos no servirán más para favorecer alcahueterías inmundas. Las antorchas del pueblo las han pulverizado (…) Las órdenes religiosas han de ser disueltas. Los obispos y cardenales han de ser fusilados. Y los bienes eclesiásticos han de ser expropiados”.

Las matanzas fueron acompañadas, en muchos casos, de una crueldad tan extrema que pone la piel de gallina. Por ejemplo, mosén Bartomeu Pons Sintes cura de la parroquia de Pacs del Penedés, el día 29 de julio de 1936, es detenido por un grupo de milicianos y después de maniatarlo le hacen recorrer las calles del pueblo, como si del viacrucis del nazareno se tratase, dándole constantes latigazos en la espalda; posteriormente lo ataron a un poste a pleno sol y mientras se deshidrataba una mujer burlándose de él le arrojó una jarra de agua por la cara, para rematarlo lo llevaron a una prensa de vino y como si de uva se tratase lo mataron por aplastamiento, mientras algunos de los milicianos riéndose decían : “A ver qué vino sale”. Algo terrorífico le hicieron también a Apolonia Lizárraga, madre superiora de de las Hermanas Carmelitas, y a otros religiosos y seglares que pasaron por las siniestras checas barcelonesas como la de San Elías. Los más teóricos lo justificaban diciendo que acabar con la burguesía y la Iglesia era un requisito imprescindible de la revolución y que para ello era necesario sembrar el terror.

Volviendo al obispo auxiliar Manuel Borràs, del que sus biógrafos destacan su humildad y su fidelidad al cardenal Vidal i Barraquer, me ceñiré a relatar los hechos más relevantes que rodearon su muerte. Pocos días después de producirse el alzamiento militar de 1936, el día 21 de julio, ante los desmanes que se empezaban a producir en Tarragona, desde la propia comisaría se obliga, para evitar males mayores, al cardenal Vidal i Barraquer, a su secretario Joan Viladrich y al obispo auxiliar Manuel Borràs, entre otros, a que abandonen el Arzobispado y se trasladen a un lugar más seguro y así deciden finalmente trasladarse al monasterio de Poblet.

Dos días después, el 23 de julio, es detenido en el monasterio el cardenal Vidal i Barraquer por un grupo de milicianos de la CNT-FAI, que procedentes de Hospitalet (Barcelona), se encontraban en el cercano pueblo de Vimbodí y que habían sido informados de la presencia del cardenal, “un pez gordo”, según dicen. El día 24 de julio, es detenido también el obispo Manuel Borràs, siendo trasladado a la cercana prisión de Montblanc, donde se encontraba preso el cardenal y otros religiosos y seglares. Dicha circunstancia es conocida por el dirigente de ERC y conseller de Cultura de la Generalitat Ventura i Gassol – que había sido seminarista en Tarragona- quien se lo comunica inmediatamente al president Lluís Companys, para auspiciar su liberación.

El día 25 de julio, el cardenal Vidal i Barraquer y su secretario el Dr. Viladrich son liberados, al recibir el Comitè Antifeixista de Montblanc una orden por escrito (tal como habían solicitado), de puño y letra del propio Companys (nota que por cierto, contiene varias faltas de ortografía). Dicha orden la traía en un coche oficial el diputado Joan Solé (ERC) que se había trasladado desde Barcelona a tal efecto. Con alguna reticencia, el comité de Montblanc accede a liberarlos, el cardenal pide que les acompañe también el obispo Borràs, aunque los miembros del Comité se niegan al no estar este incluido en la citada orden. Y así ambos son conducidos a Barcelona, permaneciendo en el Palau de la Generalitat hasta que el 30 de julio son embarcados con el apoyo del cónsul italiano en el buque “Fiume” de la Marina italiana que los trasladará al puerto de La Spezia (Italia).

Semanas después Companys al ser preguntado por el periódico francés L’Oeuvre (21-6-1936) sobre una hipotética restauración del culto católico en Cataluña dirá: “¡Oh, ese problema no se nos plantea siquiera, porque todas las iglesias han sido destruidas!”. Mientras tanto el obispo Manuel Borràs y el resto de sacerdotes permanecieron encarcelados, hasta que el día 12 de agosto sobre las 2 de la tarde, un grupo de milicianos se personaron en la prisión de Montblanc y con la excusa de trasladarlo a Tarragona, se llevaron al obispo.

Al partir se despidió del resto de religiosos y seglares encarcelados con un afectuoso “Adéu, fins al cel” ( Adios, hasta el cielo), intuyendo cuál sería su fatal destino. Los milicianos lo hicieron subir a una camioneta dirigiéndose al Coll de Lilla y a unos 3 Km de Montblanc, se detuvieron, lo hicieron bajar y a pocos metros de la carretera, junto a un olivo lo tirotearon y aún vivo lo pusieron encima de unos matorrales y le prendieron fuego. Justo antes de que lo ejecutaran el obispo bendijo y perdonó a sus verdugos, jactándose después de este hecho los propios milicianos.

Sus restos aún humeantes fueron vistos minutos después por el taxista Joan Foguet y sus tres pasajeros que se detuvieron en el lugar al sentir un fuerte olor a carne quemada y también por Josep M. Gomis (padre de Josep Gomis que sería alcalde franquista de Montblanc y posteriormente conseller de Governació de la Generalitat con Jordi Pujol). Me contó éste, no hace mucho, que su padre fue el primero en ver que se trataba del obispo Borràs pues, a pesar de tener buena parte de su cuerpo quemado, llevaba unos calcetines que sus padres le habían regalado, dado que solían llevar al obispo y al resto de sacerdotes comida y ropa limpia a la prisión.

Su cadáver, al parecer, fue trasladado al cercano cementerio de Lilla, aunque sus restos no han sido a día de hoy encontrados, pues el sepulturero que presuntamente lo enterró se suicidó días después. Decir que los otros tres sacerdotes encarcelados con ellos en Montblanc (J. Rosello, D. Llebaria y J.Farriol) serían trasladados a Tarragona y asesinados por la espalda en las afueras de la ciudad, el 22 de agosto.

En esta terrible historia (una más), cabría preguntarse: ¿Por qué Lluís Companys, solo incluyó en su orden de liberación al Cardenal Vidal y Barraquer y a su secretario y no movió un dedo por los demàs? A este respecto, el cardenal Isidre Gomà (entonces el teólogo de mayor nivel dentro del episcopado español), coetáneo de Vidal i Barraquer y como este y el obispo Borras nacido también en la provincia de Tarragona, dirá: “Ha llamado poderosamente la atención el hecho de que los sacerdotes militantes del catalanismo hayan salido indemnes mientras sucumbían a centenares sus hermanos”.

Es evidente que no todos salieron indemnes, pero es cierto que hubo una operación política, por parte de la Generalitat, para favorecer y salvar a algunos de los curas más próximos al nacionalismo. El presidente de la República, Manuel Azaña en sus memorias (Memorias políticas 1931-1933. Ed. Grijalbo 1996) dice respecto al cardenal: El catalanismo de Vidal i Barraquer “llega a extremos muy chistosos. No ve con malos ojos la disolución de los jesuitas, pero estima que ha podido hacerse una excepción con los jesuitas de Cataluña, que son de otra manera, y, por supuesto, mejores”.

Yo, añadiría respecto al cardenal: ¿No dice el evangelio que ‘el buen pastor, no abandona nunca a sus ovejas y da la vida por ellas si es necesario’? Fueron muchos los religiosos martirizados por no querer abandonar a sus hermanos en Cristo, como el caso del joven seminarista leridano Miguel Massip. Pienso que este hecho debió atormentar toda la vida al cardenal Vidal, pues en múltiples ocasiones se refirió al obispo Borras como un “verdadero mártir” y pidió ser enterrado junto a él si sus restos eran algún día encontrados.

Aunque intentó regresar a su sede episcopal en España, el régimen franquista nunca se lo permitió, a pesar de que en diversas ocasiones había manifestado de forma discreta sus simpatías por Franco. En una carta fechada el 21 de febrero de 1937 en Cartuja de Farneta, dirigida al cardenal Pacelli (futuro Papa -Pío XII-), le dice: “He intentado hacer llegar reservadamente y de palabra al general Franco el testimonio de mi felicitación y simpatía y mis sinceros votos por el éxito de la buena causa (…) Si a Vuestra Eminencia le pareciera conveniente u oportuna una manifestación más clara y explícita, estoy dispuesto a ello (…). Deseo vivamente que triunfe Franco (…)”. ‘La Vanguardia’, en un acto presidido por Quim Torra, el 6/11/2018 titulaba: “El Govern de la Generalitat homenajea a Vidal i Barraquer, el cardenal que no apoyó a Franco”.

Aunque supongo que no le importa a nadie, para los que no me conozcan diré, que soy entre agnóstico y ateo y que durante 22 años he sido más rojo que la muleta de “Manolete”. Entre el año 1974 y 1996, he militado en la izquierda del PSUC, PCC y CC.OO. (ostentando diversos cargos en sus respectivas ejecutivas en Tarragona). En 1996 abandoné hastiado el ámbito de la izquierda; contra más leía sobre el comunismo, más anticomunista me volvía. Desde entonces no he vuelto a militar en ningún partido político e intento huir de prejuicios y mitos y digo sencillamente lo que pienso, sea o no políticamente correcto.

Salvador Caamaño Morado (Diplomado en Relaciones Laborales. Exdirigente local del PSUC, PCC y CC.OO.. Miembro fundador de Foro Babel  en Tarragona y Presidente provincial de SCC en Tarragona )

Ilustraciónes:

1. Cementerio de Montcada (Barcelona) fusilamiento de cuarenta y cuatro religiosos maristas (1936). Obra de Fernando Gómez Catón.

2. Profanación de un templo en 1936. Obra de C. Sáenz de Tejada (1941)