LA COSA ESTÁ MUY NEGRA

EL PODER Y LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN SOCIAL (PARTE I)

«Casi todos podemos soportar la adversidad, pero si queréis probar el carácter de un hombre, dadle poder» Abraham Lincoln.

Foto

I. EL PODER: DEFINICIÓN Y CONCEPTOS

La historia es rica en definiciones, conceptos y teorías acerca qué, cómo y por qué surge, se desarrolla, se ejerce y se debe detentar el poder. La politología, la filosofía, la antropología y las ramas afines a las ciencias mencionadas son las principales investigadoras del saber respecto al punto tan específico y delicado, máxime porque no es baladí ni es posible apartarnos de ello.

Por eso, en una recta ratio, habremos de cuestionarnos y respondernos sobre su origen, naturaleza, concepto, definición y correcto ejercicio aún cuando ello sea contrario al parecer de la teoría anarquista y sus defensores, aferrados a un idealismo utópico y sin fundamento. Sin duda alguna, toda vez que se ha de analizar un concepto, debe iniciarse el estudio a través de la investigación etimológica del vocablo o los vocablos a los que se circunscribe dicho análisis. 

Así, podemos precisar que la palabra «poder», según Del Col, proviene del sustantivo latino potestas-atis que también abarca los significantes de «potencia», «imperio», «dominio» o «jurisdicción». Para Corominas, más bien el término proviene del infinitivo latino potere que tiene el significado connotativo de «autoridad» y también de «mando». A su vez, para Velázquez Turbay, proviene de la conjugación del verbo deponente latino possum, potes, potere, possui, potum, y por ende, de la forma conjugada potuit, de potis y sum, significando potis «capaz de» y sum «ser» o «existir», por lo que en consecuencia, la acepción de «poder» sería, para el autor, «quien es capaz en sí», capax in se. 

Finalmente, la Real Academia Española define, en el Diccionario de la Lengua Española, al «poder», respecto a su forma verbal infinitiva derivado de la misma raíz latina que señala Corominas como «tener expedita la facultad o potencia de hacer algo», y en su segunda acepción, parágrafos primero y sexto, como «dominio, imperio, facultad y jurisdicción que alguien tiene para mandar o ejecutar algo», y «suprema potestad rectora y coactiva del Estado», respectivamente. Al mismo tiempo, el Diccionario del Español Jurídico lo define con dos acepciones, siendo la primera: «facultad de actuación reconocida por las leyes», y «capacidad de una persona o un grupo de personas de llevar a cabo su voluntad incluso con la oposición de otras personas que están participando en la acción»

Como fuere, quod erat demostrandum, lo cierto es que no existe sociedad o agrupamiento sin poder, como reflexiona Norberto Bobbio. Lo social y el poder se implican recíproca e inseparablemente, puesto que ninguno podría subsistir sin el otro. Este es el sentido de la afirmación aristotélica cuando define al ser humano como el zoon politikón, un ser político, si bien tales palabras a veces se interpretan, acertadamente, como que el hombre es un ser social. Por ello mismo, el poder es un fenómeno social que no puede concebirse en forma aislada salvo en el sentido transcendente no humano de la acepción del término, sino siempre en grupo. 

Aunado a ello, velis nolis, el poder es algo tan natural y tan necesario como el vivir en sociedad puesto que quien tiene poder lo debe únicamente a la convivencia con los otros, y lo conservará, e incluso quizás lo incrementará, siempre y cuando esté al servicio y responda a los intereses de los integrantes de la sociedad que lo han conferido a una persona, grupo o sistema. Sin embargo, en ilación al pensamiento sobre la transcendencia esbozado en el párrafo antecedente, el poder fuera de la sociedad no es imaginable en el sentido humano, porque siempre se manifiesta a través de las muy diferentes relaciones sociales salvando, claro, los sistemas teocráticos y teándricos, pero sin olvidar que también son sociedades. 

Simultáneamente, una sociedad o una agrupación de seres humanos sin poder no puede existir porque le es necesaria la energía que la impulsa y que establece las reglas mínimas indispensables para poder vivir y trabajar coherentemente de forma armoniosa y teleológica ya que no es dable pensar que la anarquía permanente pueda considerarse una posibilidad real, porque no debe enfrentarse la noción de «grupo» a la de «poder» como si fuese un axioma de la fenomenología hegeliana en una manifestación de la antítesis aparente entre «libertad» y «autoridad», en virtud de que el poder es necesario para tener orden y al mismo tiempo la libertad no es posible si se carece de aquél. 

En consecuencia, es inconcuso que el fenómeno del «poder» se encuentra en los más diversos espacios de la sociedad, existiendo y coexistiendo en pluralidad de «poderes» que adoptan una estructura jerárquica aun cuando se afirme el principio de división de poderes según la teoría clásica de Alexis de Tocqueville y un perfil piramidal teniendo siempre en cuenta que tanto estructura como perfil a su vez se interrelacionan entre sí. 

Ahora bien, es momento de cuestionar qué es el poder. Como anticipamos en el parágrafo primero, existen las más diversas definiciones construidas desde diversas concepciones, teorías y sistemas. Debemos recorrer algunas de ellas para tener una idea clara y distinta en lo personal que pueda aplicarse al recto y correcto ejercicio del mismo en todo ámbito. Comenzando por Max Weber, «poder» es «la probabilidad de imponer la propia voluntad, dentro de una relación social, aun contra toda resistencia y cualquiera que sea el fundamento de esa probabilidad». De una forma muy acertada, Weber realiza una profunda distinción entre «poder» y «dominación» implicando este último concepto la posibilidad de que un mandato sea obedecido, que alguien mande eficazmente a otro. 

Ahora bien, hace énfasis el autor en que dentro de la asociación de dominación sus miembros se encuentran supeditados a relaciones de subordinación debido al «orden» podríamos decir «sistema jerárquico» que se aplica, por lo que se debería concluir que, en todo caso, la dominación es una forma especial del poder. Siendo justos, en realidad, para Weber, el poder es un mando fáctico, una fuerza que se impone aun contra la voluntad del otro y sin importar la razón de aquella, mientras que, en cambio, en la dominación es indispensable la existencia de un orden legal, de un ordenamiento que permita mandar a otro u otros. 

Reconocemos, sin duda, que en la vida social hay muchas variables que son fluctuantes, y que, por ello mismo, consecuentemente, tanto el poder como la dominación implican una variedad de probabilidades que a su vez pueden modificarse de acuerdo con circunstancias y condiciones diversas. Para Buchheim, el poder es «la reserva de posibilidades que le están dadas objetivamente a una persona en virtud de la actitud y el comportamiento de los demás, entendida como su capacidad subjetiva». Al mismo tiempo, es ineludible señalar que para el autor, «fuerza» es la capacidad que la persona posee para influir socialmente por ella misma, mientras que en tanto, el poder es el potencial que obtiene como resultado de la convivencia con las demás. 

Buchheim, al seguir a Arendt, precisa que la fuerza es una propiedad individual y que, en cambio, el poder necesariamente acontece en grupo o sea, que la «fuerza» de una persona se convierte en «poder» cuando los demás así lo reconocen. Así pues, en el autor el quid del poder se encuentra en la resolución de una ecuación de intereses en la cual quien posee el poder tiene la capacidad de influir socialmente, y los demás voluntaria o involuntariamente lo sostienen, porque detentador del poder expresa o implícitamente  les conviene o porque no hay posibilidad de resistencia, como sucede en las dictaduras. Para Rose, el poder implica la adopción de decisiones por medio de las cuales quienes las toman tienen la posibilidad de ejercer control. En su explicación, la noción de control es muy importante, y manifiesta que ambos conceptos expresan plus minusque lo mismo. 

Rose se refiere a la distinción entre «poder» e «influencia», fundamentándose el primero en la sanción que puede imponer, y el segundo en el respeto o la estima que inspira. Al mismo tiempo, señala que el poder tiene dos aspectos: el de la oferta y el de la demanda estribando la oferta en la existencia de algunas personas u organizaciones que pueden controlar a las otras, y explicándose la demanda porque las sociedades u organizaciones para continuar existiendo «deben disponer de un medio capaz de ordenar las relaciones entre los hombres, a fin de satisfacer al menos las necesidades mínimas». A su vez, para Russell el poder es «la producción de los efectos proyectados sobre otros hombres». En la definición propuesta lo relevante es poder determinar y cómo quién o quiénes son o serán los que han de tomar cualquiera decisión que tiene necesariamente efectos sobre los demás integrantes de la comunidad o asociación. 

En sentido muy similar a la definición antecitada de Russell se encuentra el pensamiento de Wright Mills, quien afirma literalmente que:
«El poder tiene que ver con las decisiones que toman los hombres sobre las circunstancias en que viven y sobre los acontecimientos que constituyen la historia de su épocaOcurren acontecimientos que están más allá de las decisiones humanas; las circunstancias sociales cambian sin una decisión explícita. Pero en tanto que se toman las decisiones, el problema de quien participa en su elaboración es el problema básico del poder». Otros autores, como Gumplovitz, Oppenheimer y Poulantzas, enfatizan que en el poder el concepto clave es el de la lucha de clases, como preconizó errónea y fallidamente, aunque no sin cierta razón en su contexto histórico concreto, Karl Marx. 

Así, Nicos Poulantzas busca determinar la esencia del poder, y en su obra Estado, poder y socialismo precisa que el poder aplicado a las clases sociales se encuentra en la capacidad de una o algunas clases para llevar a cabo sus intereses específicos esto implica, por supuesto, que el poder circunscribe siempre e inevitablemente un campo de lucha entre las relaciones de fuerza y aquellas entre una clase con otra. Por ello, en su pensamiento queda claro que está convencido de que la capacidad de una clase para imponer sus intereses se encuentra en oposición con la capacidad y los intereses de las otras clases como un Heráclito de Éfeso redivivo, incluso afirmará la necesidad de la guerra para poner un fin temporal a algunos de los conflictos. 

Por lo anterior, la esfera del poder es relacional no se posee ni puede ser conmensurable, y se refiere a las relaciones no igualitarias de dominación subordinación de las clases sociales. Esto implica, en consecuencia, que el poder constituye una conexión no igualitaria de relaciones de fuerzas, puesto que es una relación únicamente existente y realizable entre «luchas y prácticas, entre explotadores y explotados, entre dominadores y dominados». Desde otro enfoque, aun cuando también conlleva cierto temor en la sociedad, el pensamiento de Sánchez Agesta expone que el poder es una energía que se proyecta sobre la vida social en virtud de la obediencia que los hombres le dispensan obediencia, por supuesto, que responde a la persuasión, al temor o a la aceptación de una jerarquía superior. 

La «energía» que menciona el autor se refiere primariamente a la organización de fuerza material, pero también hace relación e incorpora a aspectos espirituales que influyen en la vida social y en la conducta de otros hombres como es el caso de algunos libros que han propuesto una reorganización política de la sociedad. Por ello, para Agesta el poder es al mismo tiempo un hecho natural porque se encuentra en todos los países y en todas las épocas, y se fundamenta en el consentimiento porque en cualquier acto de poder se encuentra siempre una proporción cambiante de persuasión y coacción, para convertirse así en una energía porque la voluntad de quien ejerce el poder influye necesariamente en la conducta de otros hombres. 

La base de esta energía se encuentra en la «capacidad de persuasión o coacción de quien manda y en las fundamentaciones racionales y las motivaciones psicológicas por las que se presta obediencia». Curiosamente, para este autor español, el poder también es benefactor no utiliza el término «benéfico» en cuanto que funge como un árbitro de posibles disputas y un garante de la paz. Se adentra en su obra en otras características del poder, pero se especifican sobre todo en uno de sus tipos el poder político. El célebre Norberto Bobbio retoma en parte el pensamiento de Sánchez Agesta, en lo referente a la influencia y persuasión, cuando en su definición de «poder» afirma que éste es «la capacidad de un sujeto de influir, condicionar y determinar el comportamiento de otro individuo». Para Bobbio la relación de poder implica la facultad de dirigir a través de órdenes imperativas que crean la relación mandato-obediencia que se encuentra evidente en la relación padre-hijo, patrón-trabajador, maestro-alumno, comandante-soldado, etcétera. 

Georges Burdeau escuetamente afirma que el poder es una fuerza al servicio de una idea. Como se señaló, el concepto de «poder» en el Diccionario de la Lengua Española también contempla esta acepción de «fuerza», aun cuando la connotación sea negativa. En el pensamiento de Burdeau, por consiguiente, el poder contiene dos elementos: una fuerza y una idea aunque en realidad históricamente lo que es permanente en el fenómeno del poder es la fuerza misma de la idea, y no tanto una fuerza exterior que se pone al servicio de aquella, puesto que quienes detentan el del poder mueren y desaparecen, y lo que subsiste es la idea, como podríamos aducir con el imperio creado por Alejandro Magno, que expandió el helenismo de forma inigualable, pero que se extinguió a muerte en Babilonia.

El poder, pues, para Bordeau, es «una fuerza nacida de la conciencia social, destinada a conducir al grupo en la búsqueda del Bien común y capaz, dado el caso, de imponer a los miembros la actitud que ella ordena». Asociado a la idea, el poder se manifiesta como un medio por lo que, si se suprimiese aquélla, entonces el poder sería un fin en sí, lo cual supondría una contradicción inadmisible, puesto que un poder que se bastase a sí mismo conllevaría la destrucción del propio poder. Hay que tener muy en cuenta que el poder no es un simple fenómeno de carácter mecánico, y por ello no se puede suprimir la idea que es una encarnación de valores, tiene un componente axiológico pleno exempli gratia, históricamente el poder está revestido de una especie de «aureola mágica», de ritos y ceremoniales que, en esencia, subsisten hasta ahora, desde las coronaciones, unciones y tomas de juramentos o de protestas. 

Finalmente, para Burdeau, muy acertadamente, el poder desde su formación implica tres aspectos: es al mismo tiempo un fenómeno jurídico, un fenómeno psico-sociológico y un fenómeno histórico. Sin proseguir con las conceptualizaciones y definiciones toda vez que, aunque la hipotiposis es una virtud no ha de exagerarse, en lo particular los autores consideran que el poder es una relación en la cual una persona, un grupo, una fuerza, una institución o una norma condiciona el comportamiento de otra u otras, con independencia de su voluntad y de su resistencia. 

Por ello, es la manera de ordenar, dirigir, conducir o la posibilidad de imponerse.

Ciertamente, y aunque cause cierta desazón a oídos iusnaturalistas, en toda relación de poder existe una desigualdad entre el que ordena y el que obedece, puesto que el que ordena posee los medios políticos, físicos, psíquicos, sociales o económicos para imponerse basado en su voluntad, en una norma o en una costumbre, según sea el caso concreto. Siguiendo la consideración previa, podríamos resumir que elementos de la noción de poder de la siguiente forma:

1. Es un fenómeno social, es una relación entre personas, dimanante de las características inherentes a la persona humana provenientes de su racionalidad, sociabilidad, gregariedad, falibilidad, temporalidad e incluso animalidad, siguiendo el pensamiento del Estagirita en un ser humano que viviese aislado en una isla, como el famoso personaje de Defoe, Robinson Crusoe, en la obra del mismo nombre, no se presentaría en momento ni forma alguna la cuestión del poder.

2. En la relación de poder hay un condicionamiento de la conducta o de la voluntad entre el que ordena y el que obedece, siendo siempre esa relación de poder de carácter desigual puesto que necesariamente uno se encuentra en situación jerárquicamente superior.

3. El que ordena tiene los medios para imponerse no quiere expresarse que necesariamente los tiene que utilizar, pero se encuentran a su alcance. Esos medios pueden ser de la más diversa índole como la coacción, la fuerza, los de carácter social, psíquico y económico, por ejemplo.

4. En un muy alto grado, no es necesario emplear esos medios para imponerse porque el poder del que ordena se reconoce, expresa o tácitamente. Más bien debería decirse que se obedece por múltiples razones por miedo, respeto, influencia, persuasión, interés propio, conveniencia, temor al desprestigio social, etcétera.

5. Como fenómeno social, el poder es fluido, cambia constantemente la relación entre quien manda y quien obedece, toda vez que necesariamente se modifica de acuerdo con circunstancias de tiempo y espacio y también, dicho sea de paso, con el comportamiento de los actores sociales.

6. El poder siempre ha existido, porque es un elemento indispensable a la vida social, es su «energía» es un dato histórico que se encuentra incluso en las asociaciones más primitivas y a través de los siglos. Es un hecho, en parte, aunque no exclusivamente un fenómeno fáctico y mecánico. Pero no es la ley de la selva ni la ley del más fuerte o poderosoPor ello, los elementos más importantes de y para el poder son: su fundamento, legitimidad y finalidades. Es necesario insistir en ello, porque si bien el poder es un hecho y una relación, no todo poder es legítimo. La falta de legitimidad o su abuso son causas para la desautorización, la desobediencia y la insubordinación. Por ello, el poder no es únicamente una relación fáctica, sino que implica elementos axiológico-valorativos para que esa relación pueda prolongarse en el tiempo. De aquí la insoslayable necesidad de que quien toma la decisión debe estar legitimado sea por el prestigio, la ascendencia, la costumbre, la norma jurídica o el goce del consenso.

7. A cambio de la obediencia al poder, tanto el individuo como la sociedad esperan una retribución en reciprocidad: beneficios propios, aseguramiento de la existencia, paz, orden, seguridad, protección y respeto a derechos civiles, políticos y sociales, conocimientos o la obtención de una vida feliz.

8. Finalmente, existen conceptos cercanos al de poder, como lo son los de «control» o de «fuerza» que se refiere a una característica individual o los de «influencia» o «manipulación» en los cuales, en principio, no se manifiesta la coacción.

II. FUNDAMENTO Y LEGITIMIDAD DEL PODER

Para ser absolutamente concisos, el fundamento último del poder es su mera existencia, su necesidad y su conveniencia. Ninguna sociedad podría existir sin el poder, puesto que éste es indispensable para establecer un orden en forma de reglas, normas, leyes en una sociedad o en una asociación. La anarquía permanente como ya ser expresó anteriormente es una especulación mental, no una posibilidad real. El ser humano, para desarrollarse y vivir en forma auténticamente humana, requiere de la libertad y sin orden aquélla no existe.

Al respecto, Burdeau afirma que:

«No es el Poder el que crea la obediencia, es nuestro espíritu el que, consciente de la necesidad del orden, crea el Poder… Esto es tan cierto que si la comunidad se desintegra por su incapacidad para concebir un orden aceptable para todos, el propio Poder se disgrega para sobrevivir sólo bajo la forma trágicamente caricaturesca de la violencia de las facciones»

Para Buchheim, en un novedoso enfoque, el fundamento del poder se encuentra en una «ecuación de intereses» así lo denomina y su uso práctico se orienta de acuerdo con dos principios: los de reciprocidad y de equilibrio. Debemos así entender que el principio de equilibrio implica una necesidad práctica, además de una cualidad ética, y que es un presupuesto de la convivencia humana. El principio de reciprocidad viene ya contenido en los principios generales del derecho romano, como regla de oro en el bonum facere o incluso atribuido también a Confucio, enunciándolo el autor como: «Todo aquello que queráis que la gente os haga, hacedlo también a ella», o, en su versión negativa: «Lo que no quieras que te hagan a ti no lo hagas a nadie», parafraseando la cita evangélica en sentido afirmativo.

Ahora bien, es inconcuso que todo poder tiende a justificarse bien sea buscando su legitimidad, bien sea por medio del consenso. Exempli gratia, la legitimidad del poder patriarcal es contribuir al desarrollo físico, intelectual y moral del hijo; la del poder del profesor es la transmisión del conocimiento y la formación del joven; la del poder político es la elección democrática de los gobernantes y la protección y defensa de los derechos humanos; la del poder de las religiones es el auxilio para alcanzar una futura felicidad eterna, siempre y cuando se viva de acuerdo con las reglas divinas; la del poder de los medios de comunicación masiva es la información veraz, objetiva y responsable a la sociedad y la libertad de expresión; la del poder económico es la creación de riqueza que sea útil a la sociedad, y un largo etcétera.

De la misma forma, todo poder persigue un fin, una teleología, posee una tendencia finalista, se domina o se otorga una orden con una finalidad, se busca o se desea un resultado concreto. Esta finalidad que es o que pretende ser neutra éticamente debe ligarse con el principio de legitimidad, si bien no es tan preciso, puesto que como Larenz estipula en su magna obra, también un sistema de poder puede ser apegado a una legalidad sobre presunta legitimidad, y ser injusto al mismo tiempo. 

Si queremos especificar cuál es la función del poder, inequívocamente deberemos señalar que es la constitución de normas y la vigilancia del respeto a los usos, costumbres y tradiciones vigentes en consonancia con una de sus derivaciones, la función del poder político, que es la consagración del orden social y, por ello y para ello, la creación del orden jurídico.

III. LAS TIPOLOGÍAS DEL PODER

Someramente, hasta este apartado, se ha intentado dejar como idea prístina qué es el poder, pero también avizorando que existen diversos tipos o clases de poderes, cada uno con sus peculiaridades propias. No es un interrogante novedoso preguntarse por ellos, puesto que desde la Antigüedad ha existido la preocupación de exponer aquéllas para clarificar y exponer qué es el poder, sus diversas manifestaciones y las relaciones que éstas guardan entre sí. Casi al inicio de La política, Aristóteles afirma que la naturaleza ha creado a unos seres para mandar y a otros para obedecer en sus palabras, más o menos, quienes están dotados de razón y de previsión deben ordenar como amos, y quienes poseen las facultades corporales para ejecutar esas órdenes deben obedecer como esclavos. 

Desde este razonamiento, el Estagirita construyó una tipología del poder que ha tenido fuerte influencia a través de los siglos, basada en el grupo social en el cual ese poder se realiza: a) el poder del esposo y del padre sobre su mujer y sus hijos; b) el poder del dueño sobre los esclavos; y c) el poder del gobernante sobre los gobernados es decir, el poder político, el que se aplica en la polis. Para el Filósofo, esas tres diferencias se encuentran en la naturaleza, quien ha creado en el alma dos partes distintas: una señalada para mandar y la otra para obedecer siendo éste el fundamento real por el cual el hombre libre manda al esclavo, aunque de manera diferente a como el marido manda a la esposa y el padre al hijo. 

Los elementos esenciales del alma existen en todos ellos, claro, pero en diversos grados porque el esclavo está absolutamente privado de voluntad de ejercicio externo, la mujer tiene libertad subordinada, y el niño sólo la tiene incompleta. Lo mismo sucede necesariamente respecto a las virtudes morales, como las infiere Aristóteles: se las debe suponer existentes en todos estos seres, pero en grados diferentes y sólo en la proporción indispensable para el cumplimiento del destino de cada uno de ellos. Es por demás ilustrativo cómo el párrafo anterior del gran pensador griego coincide con la filosofía hinduista en la cual se basa la idea de las castas y el determinismo de la existencia humana. 

El Estagirita afirma que el obrero es en cierta forma un esclavo limitado que vive lejos del señor. Ello es así porque la naturaleza inclina al hombre a la asociación política el ser humano tiene necesariamente que vivir en sociedad porque de no hacerlo así sería un bruto (el animal), un salvaje (el bárbaro), o una divinidad (deus ex machina). Hay, pues, afirma Aristóteles, un poder propio del señor que debe tener como virtud la prudencia y sus actos de mando deben estar basados en la ley fundada en la razón para que se le obedezca. Por analogía, igualmente la relación entre el gobernante y el gobernado no debe ser arbitraria ni injusta, sino que debe fundarse en la buena ley, la que dimana de la recta ratio por la recta natura.

Siglos después, una vez que las tesis aristotélicas reformuladas por Tomás de Aquino y todo el Medievo fueron en declive tras el periodo renacentista, en la Edad Moderna, el filósofo inglés John Locke analiza y caracteriza las diferentes clases de poder que existen, según él: a) el del funcionario sobre un súbdito; b) el del padre sobre los hijos; c) el del amo sobre los criados; d) el del marido sobre la esposa; y e) el del señor sobre el esclavo. Como varios de esos poderes coinciden en una sola persona, su tipología del poder la concreta a cuatro relaciones: 1) Padre-hijo; 2) Amo-servidor; 3) Dueño-esclavo; y 4) Gobernante-gobernado. El poder paternal es la facultad de gobierno que los padres tienen sobre sus hijos para educarlos y formarlos, con la finalidad de que sean de la máxima utilidad a sí mismos y a los demás, a la sociedad en la que se integran. Dicho poder finaliza cuando el hijo llega a la mayoría de edad, y no es un poder arbitrario sino limitado precisamente a dichas finalidades no es un poder legislativo de vida y de muerte como lo era en el derecho romano, dentro de las potestades del paterfamiliae 

En segundo lugar, la relación amo-servidor o criado se aplica a personas en diversas condiciones y aunque a primera vista pareciera que es factible encuadrarla dentro de la relación paternal, ésta se diferencia porque el hombre libre se convierte en criado «vendiéndole durante cierto tiempo sus servicios a cambio del salario que ha de recibir»

Dicha relación únicamente concede al amo un poder transitorio sobre el criado respecto a lo que ambos han convenido y, desde luego, no se trata de un poder arbitrario ni absoluto. Estipula posteriormente que en la historia ha existido la relación dueño-esclavo, siempre acontecida cuando se aprehendían cautivos en una guerra justa éstos quedaban sometidos al dominio absoluto y al poder arbitrario de sus amos, quienes incluso podían disponer de sus vidas porque se encontraban ya excluidos de la sociedad civil. Locke rechaza taxativamente este tipo de relación, dado que infiere lógicamente que es un poder que la naturaleza no otorga ya que nadie dispone de un poder arbitrario sobre su propia persona, por lo que, en consecuencia, no puede transferir a otro lo que no posee, llegando incluso a afirmar que éste es un poder despótico y egoísta, puesto que solo se ejerce en propio beneficio.

La relación existente entre el gobernante y el gobernado que Locke denomina como «magistrado-súbdito», tiene su origen cuando los seres humanos convienen en crear una sociedad renunciando al poder de ejecutar la ley natural y, cediéndolo a la comunidad. Por esta razón, el ser humano, motu proprio, se subordina «a lo que ordenan las leyes bajo las cuales vive, para no verse sometido de ese modo, a la voluntad arbitraria de otro, y poder seguir libremente la suya propia». Aun cuando no estemos de acuerdo en algunas precisiones sobre la «renuncia» a la ejecución de la ley natural puesto que ni la persona ni la colectividad puede renunciar a aquello que le es inherente por naturaleza y que es inalienable, imprescriptible, inderogable y universal.

Entendemos que, para Locke, la intención del ser humano en sociedad de depositar el poder en manos de unos gobernantes, es exclusivamente para que estos lo ejerzan para asegurar el bien de todos y cada uno de los integrantes de aquélla, así como velar por sus propiedades punto toral en el contractualismo de Locke, quien aclara que se refiere a «propiedad» en relación con la que los hombres tienen tanto respecto de sus personas como de sus bienes. La finalidad que pretende Locke es señalar las diferencias entre el buen gobierno y el malo, y dentro de este último al gobierno paternal o paternalista, y al despótico, como reseña Bobbio al analizar la concepción del poder en Locke. Por ello ya el filósofo inglés desde 1690 propuso una definición de «poder político» que se aproxima muy certeramente la tipología del quid del estudio de la politología: «Entiendo, pues, por poder político el derecho de hacer leyes que estén sancionadas con la pena capital, y, en su consecuencia, de las sancionadas con penas menos graves, para la reglamentación y protección de la propiedad; y el de emplear las fuerzas del Estado para imponer la ejecución de tales leyes, y para defender a éste de todo atropello extranjero; y todo ello únicamente con miras al bien público». 

Posteriormente, fue Max Weber quien realizó la diferenciación entre «poder» y «dominación». Sustenta su tipología politológica en el concepto de «dominación» y en síntesis podemos resumir que Weber habla de tres tipos puros de «dominación legítima», que clasifica como: la dominación legal, la dominación tradicional y la dominación carismática, afirmando el pensador alemán que la obediencia en el ser humano procede de muy diferentes motivos. Interés, razones utilitarias, costumbre, miedo, afecto, respeto, etcétera, y que la dominación que únicamente tuviese en ellos su fundamento sería inestable, puesto que es ineludible y esencialmente necesario que se fundamente en motivos jurídicos que denominará «motivos de legitimidad». 

En primer lugar, Weber sostiene que la dominación legal tiene su fundamento en la norma que es creada, modificada o suprimida conforme a los procedimientos que señala un estatuto, y esto conlleva que se obedece no a la persona en cuanto tal, sino a la norma que establece a quién y en qué medida se ha de obedecer. A su vez, la persona que manda, al emitir una orden, obedece a una ley o reglamento que ha sido creada de acuerdo con los procedimientos que indica el orden jurídico y que precisa la competencia del propio funcionario. El tipo más puro de la dominación legal es la que denomina «dominación burocrática», en que el «deber de obediencia está graduado en una jerarquía de cargos, con subordinación de los inferiores a los superiores, y dispone de un derecho de queja reglamentado». 

Añade, además, que en la dominación legal además de la dominación burocrática encontramos al funcionario electo, a la administración realizada por los parlamentos y a la infinidad de cuerpos colegiados de gobierno y administración de la más diversa índole, y, desde luego, también la estructura moderna del Estado, las empresas capitalistas privadas, a las asociaciones de carácter utilitario o a las organizaciones que poseen un equipo numeroso y articulado jerárquicamente.

A continuación, expone Weber que la «dominación tradicional» tiene su fundamento en la dignidad del que manda en virtud de la creencia en la santidad de los ordenamientos que lo legitiman y de los poderes señoriales que han existido desde tiempos remotos, a quien se obedece por fidelidad. Los mandatos están basados en la tradición, que es la fuente de su legitimidad, y la voluntad del «señor» tiene como únicos límites su sentido de equidad y de gracia si bien puede dejarse llevar por su simpatía o antipatía y de acuerdo con criterios e intereses personales. En la dominación tradicional existe también un cuerpo administrativo que está integrado por familiares, amigos o vasallos ligados por el vínculo de fidelidad, que pueden o no ser competentes en la tarea encomendada. 

Con esto retrata la propia sociedad de las monarquías absolutistas aun parlamentarias, como en su caso, donde los privilegios para el ejercicio del poder no están contrastados con una capacidad encaminada al bienestar social. La diferencia más importante de la dominación legal respecto a la dominación tradicional consiste en que en esta última no existe la norma formal el estatuto que precisa a quién se ha de obedecer y la medida de dicha obediencia. El tipo más puro de esta clase de dominación es el patriarcal, derivada de la tradición romana del paterfamilias aunque se denomine «jefe del pueblo», «padre de la patria» o como quiera expresarse la «superioridad» que asume, con éxito, la dominación legítima basada en la costumbre.

Ciertamente, el propio Weber manifiesta que esta última clase no reviste una caracterización tan precisa como las otras dos expuestas, para concluir finalmente que en la dominación tradicional, a su vez, existen dos modalidades: por un lado, la estructura puramente patriarcal de la administración, y, por el otro, la estructura de clase. En tercer lugar, detalla la «dominación carismática», que dice tiene su fundamento en las cualidades excepcionales hoy en día diríamos en «el carisma» del líder, jefe, caudillo o cualquiera denominación que se usare, en la fe en sus dotes sobrenaturales, en su heroísmo, en sus facultades mágicas o en su poder intelectual u oratorio, y no en una dignidad tradicional. 

La dominación de esta persona subsiste mientras cuenta con el apoyo de su divinidad, de su fuerza personal tanto física como intelectual, de la fe de quienes creen en él, o con las condiciones originales que favorecieron el triunfo de la figura carismática. Es decir, su dominación durará mientras perdure su carisma. Los tipos puros de esta clase de dominación son el profeta, el héroe guerrero y el gran demagogo y ejemplos sobran en el pasado siglo XX e incluso en los inicios del siglo XXI, además de todos los que la Historia nos proporciona, para ahorrarnos una hipotiposis sobre ello. En esta dominación, la administración es designada o escogida en razón del carisma y de la devoción personal y no por su competencia profesional como el caso del funcionario en la dominación legal, de su clase como en la dominación tradicional en su modalidad de estructura de clase, o por su dependencia doméstica o por alguna otra forma personal como en la dominación tradicional en su modalidad de estructura puramente patriarcal. 

Por supuesto, de manera lógica, en la dominación carismática también se carece de la noción de «competencia» y de la de privilegio de clase. En esta administración aunque esta expresión sea un eufemismo en esta clase de dominación no existen reglas ni formales o tradicionales, sino decisiones particulares, por lo que generalmente contienen un alto grado de irracionalidad. El «señor» o el «sabio» aquí entendido como el profeta, el guerrero, el oclócrata o el demagogo dicta sus decisiones, actos de gobierno, sentencias o decretos basado en un «nuevo orden» que se fundamenta en la inspiración del profeta, la espada del guerrero o en un supuesto «derecho natural» revolucionario del oclócrata demagogo. 

Así, afirma Weber que «sin duda, la autoridad carismática es uno de los grandes poderes revolucionarios de la historia, pero, en su forma absolutamente pura, es por completo autoritaria y dominadora». Un ejemplo más de tipología politológica sería la de Wright Mills, quien se dedica a observar el fenómeno del poder en los Estados Unidos de América a mediados del siglo XX, y de su observación y análisis concluye que existen tres niveles de poder: el político, el militar y el económico. Las otras instituciones como la religión, la educación, la familia, el sindicato, los negocios pequeños y los granjeros se tienen que adaptar o bien subordinar a esos niveles de poder, que son los que toman las decisiones principales y que son las que quedan en la historia, sea por buenas o por malas. Ahora bien, Wright Mills enfatiza que en esos tres niveles quienes realmente deciden son unas élites, que, dicho de paso, están cada día más cerca una de la otra, e incluso en ocasiones coinciden. 

Esto es en verdad innegable, puesto que no existe por una parte el poder económico y por la otra el poder político con una organización militar que no revista importancia para la política y los negocios. A medida que cada uno de estos campos ha coincidido con los demás o a medida que las decisiones en cada uno de ellos se han hecho más amplias, los hombres importantes de cada uno los militares de más alto rango, los ejecutivos de las compañías, los dirigentes políticos han tendido a unirse para constituir la élite del poder en los Estados Unidos. Desde luego, es observable en la historia que, en los Estados Unidos de América, desde su independencia del Reino Unido, existe una tendencia del gobierno a relacionarse con los negocios. 

A partir de la Segunda Guerra Mundial estos dos campos gobierno y negocios no son dos mundos distintos, porque los funcionarios de las empresas comenzaron a tener las riendas del control político, para después apoderarse de la dirección de la economía del esfuerzo bélico. Bien sabido es que la economía estadounidense está dominada por unos centenares de empresas que se encuentran administrativa y políticamente interrelacionadas, y que son las que toman las decisiones económicas. Las élites del poder trabajan juntas porque sus intereses son mejor servidos de esta manera. Mills diferencia los altos niveles del poder de los niveles medios, expresando que en los primeros se toman las decisiones sobre la guerra y la paz, las crisis y la pobreza que son problemas de alcance internacional, mientras que en los niveles medios las decisiones nunca se refieren a los asuntos más importantes relacionados con la vida nacional e internacional y en este nivel ubica el pensador tanto a políticos como a los legisladores.

Por si fuera poco aguda la observación precedente, para Mills una elite económica pequeña tiene el control del poder en ese país. Ella posee el control del gobierno a través principalmente de tres medios: la Constitución, sus contribuciones a las campañas políticas y su cercanía a la política incluso ocupando cargos o asesorías. Ante esto, Mills examina la influencia y el poder del público las masas y de la opinión pública, y concluye su análisis afirmando que la influencia de las masas va decayendo porque son orientadas por los medios de comunicación masiva, para quienes las masas son un simple mercado expuesto a su difusión. 

En consecuencia, la propia opinión pública se debilita y es determinada por esos medios de comunicación. 

Para Mills ésta es la realidad del poder en Estados Unidos de América. 

La realidad existe, aunque no se esté de acuerdo con ella y este escritor no lo está, ya que para él en un estado democrático es indispensable que existan organizaciones libres y democráticas que sean las intermediarias entre las familias, las pequeñas comunidades y la sociedad, denominada como «masas», «público», «pueblo», etcétera, por una parte, y el Estado, los militares y las compañías, por la otra. Si no existen esas organizaciones libres y democráticas, no hay instrumentos para ejercer la voluntad popular, aunque parezca lo contrario y el discurso oficial niegue rotundamente que no sea el pueblo quien gobierna. Aun más, Mills acabará afirmando que habrá de ser el movimiento obrero independiente y politizado el basamento sobre el que deberá fundarse el régimen democrático, pensamiento que le hace perder, a nuestro juicio, legitimidad en la ilación lógica, puesto que no es la solución ponderar un neo-marxismo que ha probado ser utópico.

En cierta continuidad de pensamiento, Arnold Rose, propugna la hipótesis de la multi-influencia del poder en contraste a la del dominio de la elite económica. Para ello, se basa en que la sociedad está integrada tanto por diversas élites como por el conjunto de la población que él clasifica en «grupos organizados», «público» y «masas». El grueso de la población dispone de asociaciones, grupos y públicos, que poseen diversos grados de poder y a quienes los unen los intereses comunes, siendo además menos susceptibles de control que en la hipótesis del dominio de la elite económica que desarrolló la tipología de Mills.

CONTINUARÁ…